martes, 18 de febrero de 2014

Los girasoles ciegos


“Primera derrota: 1939 o si el corazón pensara dejaría de latir” es el primero de los cuatro relatos que componen la obra de ficción “Los girasoles ciegos”, de Alberto Méndez (Madrid, 1941-2004).

En esta “primera derrota”, Carlos Alegría, capitán de intendencia del ejército franquista, tras descubrir que lo que querían los mandos rebeldes no era ganar la guerra, sino acabar con el enemigo, toma la decisión de rendirse a los republicanos justo cuando las tropas golpistas están entrando en Madrid.

Al poco de adentrarnos en el relato, descubrimos que el capitán Alegría nació en Huérmeces, y a su pueblo quiso regresar, tras haberse rendido al enemigo, sufrir cárcel por unos y otros y sobrevivir a un fusilamiento por traición a los suyos.

No logró llegar más allá de Somosierra. Por otro de los relatos que componen la obra, sabremos más tarde que el capitán Alegría acabó por quitarse la vida con un arma sustraída a sus propios captores. 





“Presuponer lo que piensa el protagonista de nuestra historia es sólo una forma de explicar los hechos que nos consta que ocurrieron. Sabemos que Alegría estudió Derecho, primero en Madrid y luego en Salamanca. Sabemos por familiares suyos que recibió una educación de hacendado rural en Huérmeces, provincia de Burgos, donde nació en 1912, en el seno de una familia de nobleza foramontana, y se crió en un caserón con dos arcos de piedra y un escudo que diferenciaba a los suyos de los atarantapayos que hicieron su fortuna a costa de las hambrunas del sur cuando el ganado, la vid, la mies y los olivos se dejaron vencer por el carbunco, la filoxera, el gorgojo, el oídio y otros cenizos…”  [página 20]


“El capitán Alegría, ya paisano, ya traidor, ya muerto, debió de regresar al hangar donde tantos otros habían sido o iban a ser sentenciados. Escribió, al menos, tres cartas: una a su novia Inés, que ha llegado a nuestras manos, otra a sus padres en Huérmeces, cuya casa fue destruida por una crecida del río Urbel que se llevó entre sus aguas la memoria, la hacienda y las ganas de vivir de dos ancianos que, al saber del arrebato de su hijo, fijaron sus miradas en un punto indiferente del paisaje y enmudecieron de tal modo que ni siquiera antes de morir quisieron confesarse. La tercera carta la dirigió al Generalísimo Franco, Caudillo de España. Sabemos de esta última porque se refiere a ella en la que escribió a Inés, […] que era maestra en Ubierna…”  [páginas 28-29]


“El cuarto día amaneció deshecho en nieblas y la manta tan salpicada de rocío que la fiebre no se apiadó ni de sus huesos. Quería morir en Huérmeces y la vida se le quedaba a jirones en aquellos parajes tan hostiles. Acopió todas sus fuerzas, utilizó hasta las sacudidas del temblor para ponerse en movimiento y, tras doblar cuidadosamente la manta para demostrar que estaba agradecido, puso el agua y las patatas hervidas en el talego que utilizaban para traerle la comida. Emprendió el camino hacia su pueblo, que estaba detrás de las montañas que ocultaban su ferocidad entre las nubes. Comenzó a caminar monte arriba en dirección a Somosierra…”  [páginas 33-34]


La referencia a la vivienda en la que nació el protagonista ("un caserón con dos arcos de piedra y un escudo") nos remite -en parte- a la conocida como "casa de Mariano, el Juez", antiguo hospital, situada justo enfrente de la iglesia, al otro lado de la carretera. O quizás a la manzana formada por las casas antes denominadas "de Lázaro", "de Mari Paz" y "de Francisco".

Casas con escudos hay varias en Huérmeces, aunque ninguna situada en una zona tan baja como para verse afectada por una riada ("cuya casa fue destruida por una crecida del río Úrbel"). El autor, seguramente, escogió elementos de aquí y de allá para describir una casa a la medida de "una familia de nobleza foramontana."

La referencia a Inés, su novia, que estaba de "maestra en Ubierna", indica claramente que el autor era también conocedor de otros pueblos en los alrededores de Huérmeces, así como de las lógicas relaciones entre ellos. Son varias las familias arraigadas en Ubierna y Huérmeces que acabaron emparentadas por  matrimonio entre sus hijos. Por otra parte, los apellidos Ubierna y Díaz-Ubierna son relativamente comunes en Huérmeces, quizás un hecho también conocido por el autor.

Parece claro que en Huérmeces nunca existió un personaje similar al capitán Alegría, y que hubiera podido servir siquiera de inspiración al autor.

Soy de la opinión de que el escritor, un buen día, pasó por Huérmeces, y le pareció un lugar idóneo para ubicar el origen del protagonista de la historia que entonces se traía entre manos: un viejo pueblo castellano, de recia arquitectura caliza, con profusión de escudos que transmitían un antiguo esplendor, y situado en el entonces corazón de la España "Nacional".

Desgraciadamente, ya nunca podremos preguntar acerca de estas cuestiones al escritor, Alberto Méndez.


1 comentario:

  1. No conocía el relato, pero imagino que toda ficción comienza con un pellizco de realidad. Veremos si hubo una Inés por esas fechas, por si acaso.
    Mi buen amigo Pablo Santamaría me contó que durante la guerra civil un soldado extranjero se enamoró de una joven de Ubierna. Al llegar a conocimiento de los padres de ella éstos la obligaron a terminar la relación, y al comunicárselo al soldado, éste, roto de amor, tiró al río Ubierna los anillos de compromiso encontrados tiempo después y vendidos a la cantinera del pueblo.
    Con el paso de los años se pierde la memoria colectiva y sólo quedan retazos de lo que pudo ser.
    Saludos.

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