domingo, 20 de noviembre de 2016

Una mastina periurbana y una oveja descarriada


Aunque había nacido en la vertiente burgalesa de la Sierra de la Demanda, casi se podría afirmar que -hasta entonces- nunca había visto una oveja ni de lejos, ya que a la temprana edad de dos meses fue adoptada por una familia urbana del Norte.

Podría haber sido una excelente perra mastina, protegiendo fielmente a una numerosa cabaña vacuna durante su libre pastoreo por la sierra. Quizás podría haber proporcionado a su amo buenas camadas de mastines, que habrían dispersado sus genes por toda la comarca.

Pero el destino le tenía preparada una vida algo diferente a la esperable para un perro mastín. Sería una perra más urbana que rural, guardando una casa, en la periferia de una ciudad, rodeada de vecinos schnauzers, golden retrievers, huskies y demás razas caninas de moda como animales de compañía.

Allí, en aquel barrio de la periferia, siempre sería considerada una paleta perra de pueblo. Demasiado grande y ruda para aquellos finos y pulcros perritos de diseño. Y si bien nunca le faltó el afecto de sus amos, no se acercó siquiera a las extravagancias de sus vecinos. Nada de caseta con calefacción y música, ni chaleco de invierno, ni veterinarios de postín, ni delicatessen culinarios...

El único capricho que se le permitía a la mastina consistía en que los tres meses estivales se los pasara en Huérmeces, con los abuelos, en una especie de "colonias" veraniegas para perros urbanos. Paseando y perdiéndose por el monte, persiguiendo alimañas, durmiendo en el patio de una casa de piedra, bañándose en el Úrbel, envenenándose hasta casi morir por culpa de cebos colocados por cazadores sin escrúpulos ... ese tipo de actividades típicamente veraniegas.

Algunos años, las vacaciones de verano se extendían hasta el puente de Todos los Santos; y también se producían visitas puntuales en Navidades y Semana Santa, al compás de los ritmos vitales de sus amos.




Y en una de aquellas salidas al campo, se produjo el primer e inevitable encuentro entre mastín y oveja. Sucedió en el monte de Itero, ya sobre los cantiles que asoman hacia la Peña Rallastra y Carromaribáñez. Mientras olisqueaba el ambiente, seguramente en busca de corzos y zorros, a los que adoraba perseguir -sin éxito alguno-, de repente algo nuevo aterrizó en su membrana pituitaria.

Era un aroma desconocido para una mastina de bote como ella. Un olor ni tan salvaje como el de un jabalí ni tan doméstico como el de un gato. Pero le atraía, sin duda. En su memoria genética debía existir grabado a fuego un olor similar.

Cuando por fin localizó a su fragante objetivo, se quedó petrificada, sin saber cómo reaccionar ante aquella mullida masa blanquecina, con cabeza pelada, morro afilado y negro antifaz, y con sus cuatro escuálidas patas bien plantadas sobre la cornisa rocosa.



Los dos bichos se observaron abiertamente. Puede que desafiantes, puede que desconfiados, pero en cualquiera de los casos se pegaron un buen repaso visual. Aunque a la oveja su instinto le decía que no se preocupara, que aquel perro estaba del lado de los suyos, el ovino no las tenía todas consigo. A la mastina, por su parte, el cuerpo le pedía perseguir a aquel bicho por entre las encinas, como habría hecho con un corzo, pero su instinto bueno le susurraba que tenía que comportarse, que la razón de ser de su raza algo tenía que ver con lo que tenía delante.

El caso es que ni la perra se arrancó a correr ni la oveja huyó, y al cabo de unos larguísimos minutos ambas siguieron con lo que estaban haciendo hasta entonces: la mastina, paseando con sus amos, la oveja, paciendo y balando, en busca del rebaño perdido.

Ese mismo año, la mastina se volvió a encontrar con ovejas en multitud de ocasiones, aunque ya en forma de rebaño. Pero nunca tuvo la ocasión de volver a observar tan detenidamente a aquellos animales de aspecto estrafalario. No se lo permitieron los mastines del pastor, que rápidamente salían en persecución de aquella perra pija, neorrural y mimada, que olía a colonia, y que invariablemente terminaba buscando refugio entre las piernas de sus desconcertados amos.






La hembra de mastín atendía al nombre de Tana; repartió su existencia (1996-2007) entre Huérmeces y El Norte y quiero suponer que llevó una buena vida. Para sus amos, fue una buena perra. También creo que nunca le importó demasiado que sus congéneres la consideraran pija en el pueblo y paleta en la ciudad.

De la oveja descarriada,... supongo que proporcionó a su dueño muchos corderos antes de que fuera consideraba demasiado vieja para criar, se despeñara por un cantil o fuera presa de lobos o perros cimarrones, ...vete tú a saber.

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